Cuando uno viaja a Egipto, hay muchos lugares
fantásticos, maravillosos y emblemáticos. Uno de los que tuve la
ocasión de visitar, fue el templo de Dendera. Este templo está dedicado a la
diosa Hathor, y se considera uno de los mejores preservados de todo Egipto.
Personalmente hay dos elementos que me
impresionaron de forma muy diferente a lo que podemos encontrar en otros
templos egipcios, uno fue el zodiaco que se encontraba en uno de los techos de
dicho templo, y que fue desmontado a principios del siglo XIX para ser llevado
al museo del Louvre.
El otro está entrando por unas pequeñas cancelas
y descendiendo a las entrañas del cálido desierto egipcio, nos encontramos las
llamadas “lámparas de Dendera” cuya polémica sigue aún en vigor en muchos foros,
siendo para algunos la representación inequívoca de una tecnología desconocida
y que se ha perdido en la noche de los tiempos y para otros la representación
del dios Hor sematauy «Horus
unificador de las Dos Tierras». Sea cual
fuere la explicación, y no entrando desde luego en ninguna polémica, lo que sí
llama la atención es que hace 3500 años unos seres humanos similares a nosotros,
pero con unos medios muchos más restringidos, fueron capaces de poder diseñar
de una forma tan precisa esos relieves. Ya sea que demos rienda a nuestra imaginación
o que nos atengamos al explicación más ortodoxa, la visión de dichas figura
hacen, al menos para mí, que surja la admiración por este pueblo milenario.
La imagen que se encuentra debajo, tuve ocasión de realizarla
en ese lugar que apenas pueda medir un metro de alto por varios metros de
largo, una estructura tubular de ángulos perfectos en la más absoluta oscuridad,
si no fuese por la luz de nuestras linternas, y que presuntamente sus autores,
tuvieron que realizar con cierto tipo de iluminación que no dejase ninguna
marca de quemadura ni hollín en sus paredes. Para mí toda una obra de arte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario